Los Mayores Cuentan

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Cinturón de castidad – Relato de Ana Simal

Cinturón de castidad – Relato de Ana Simal

Muchas gracias a Ana Simal llevarnos a la Edad Media y deleitarnos con este cuento tan bonito..

Año 1329.

El Castillo de Piedrasluengas está situado en un llano entre montañas, junto a un gran río, no muy profundo, aunque sí muy largo. No es un castillo muy grande, pero está rodeado de graneros, caballerizas, cuadras, así como de talleres: herrería, carpintería, alfarería, etc. etc. etc.

En el castillo viven los señores de Medina: doña Leonor y don Marcelo. Son un matrimonio joven y bien avenido. Verdad es, que se ven bastante poco, pero tienen una vida sexual satisfactoria y no discuten nunca.

Doña Leonor es guapa y sumisa, como debe ser una buena esposa. Don Marcelo siempre está en contiendas y cruzadas, permanece poco tiempo en el castillo, y doña Leonor se aburre. Tienen servicio suficiente para no tener que hacer nada.

Además, ella tiene dos doncellas personales que la adoran. Son jovencitas y la verdad es que le alegran mucho la vida. La acompañan por las mañanas cuando sale a montar a caballo o a bañarse en el río. Las tardes, las pasan en los aposentos de doña Leonor; bordan, practican algún instrumento (doña Leonor toca el arpa) y sobre todo charlan. Las doncellas la cuentan todos los chismes del castillo y de fuera del castillo. Gracias a ellas, doña Leonor va pasando esas largas tardes de invierno lo más entretenida posible.

Acepta bastante bien su vida. Bien es verdad que le gustaría tener un hijo, pero de momento, no quiere venir. Solo hay una cosa que le hace rebelarse íntimamente, aunque no se atreve a quejarse. Es la costumbre, se decía. Y esa cosa es el cinturón de castidad.

Cuando don Marcelo se va a alguna contienda, se lo coloca, echa la llave y se la lleva. Es un artilugio metálico muy molesto.

– Lo hago por tu bien, querida, por si quieren violarte.

En el fondo era por celos, aunque no se atreviera a reconocerlo. Doña Leonor era muy limpia y con el cinturón…no había forma. Y no digamos nada en esos días…

Una tarde oyó a sus doncellas venga a cuchichear y, cuando ella se acercaba se callaban. Intrigada les dijo:

– Me decís qué es lo que pasa o me voy a enfadar con vosotras de verdad.

Por miedo a que las despidieran al final se lo dijeron: al día siguiente se casaba la hija del guarnicionero y, como don Marcelo está en el castillo, pues eso… Doña Leonor no entendía nada, pero al final, SÍ lo entendió.

– ¿O sea que don Marcelo ejerce el derecho de pernada a la novia?

– Sí señora, y no solo con ésta, sino con todas las que se casan y pertenecen a los siervos del castillo. Por mucha humillación que sea, para la muchacha y para el novio, no pueden protestar, ya que es un derecho que viene de muy antiguo.

Doña Leonor no dijo nada más, pero pensó: éste se va a enterar.

A los dos días, salió don Marcelo para las cruzadas. Ella le dijo a las doncellas:

– Que suba el herrero.

Y subió. Era un mozo joven y guapo. Ella le explicó su problema: necesito otra llave para mi cinturón de castidad. Él al principio se resistía, le daba miedo lo que pudiera pasarle si se enteraba el señor. Ella insistió. Se levantó sus faldas y este quedó extasiado ante el panorama y, encima ella le miraba con picardía y le guiñó un ojo. Bajó corriendo a la herrería y cogió todas las llaves que tenía.

Una al fin sirvió. Y pasó lo que tenía que pasar.

Don Marcelo volvió al cabo de unos meses y encontró a doña Leonor sin cinturón y embarazada.

– Tuve que llamar al herrero, amado esposo, para que abriera el cinturón, pues me di cuenta de que estaba embarazada y temí que se malograra la criatura que tanto deseamos.

No se sabe si él se lo creyó o no. Siempre que se iba de viaje volvía a ponerle el cinturón. Y el herrero seguía subiendo a los aposentos de doña Leonor con la llave. Eso sí, tuvieron buen cuidado de que no volviera a preñarse, por si acaso tenía otro niño rubio como el herrero, ya que don Marcelo era de un moreno casi cetrino.

Las doncellas a pesar de ser bastante cotillas, no comentaron nada con nadie.

El mayordomo – Un relato con moraleja

El mayordomo – Un relato con moraleja

Le damos las gracias a una voluntaria del Centro por compartir este relato tan sustancioso.

Un anciano aristócrata, sintiéndose cada vez más necesitado de ayuda, decidió contratar a un mayordomo.  Sus hijos se ocuparon de buscar candidatos y seleccionar a los más adecuados.   Examinaron con detalle los estudios realizados, la experiencia acumulada, las cartas de referencia aportadas, los modales, la presencia y la fortaleza física de todos los candidatos.  Finalmente seleccionaron a dos de ellos, para presentárselos a su padre y que éste decidiera a quien contratar.

El primer candidato, Alejandro, era un hombre de mediana edad, alto y bien parecido, con estudios de hostelería y amplios conocimientos de alta cocina internacional.  Durante muchos años había trabajado en hoteles de lujo de Londres, por lo que hablaba un fluido y elegante inglés.   Hablaba también correcto francés, puesto que había pasado gran parte de su infancia y adolescencia en Francia, a donde sus padres habían emigrado.   Era un gran aficionado a la música, y tocaba el piano sorprendentemente bien.

El segundo candidato, Damián, habiendo superado todos los requisitos exigidos, no presentaba ninguna característica destacable.  Era un hombre rechoncho y con escaso pelo.  Habiéndose puesto a trabajar siendo muy joven, no había tenido oportunidad de estudiar.   No había salido nunca del país y no hablaba una palabra de inglés o de cualquier otro idioma distinto del castellano.  Sus conocimientos de cocina eran los mínimos para la supervivencia.  Y sus aficiones, sencillas –lectura, televisión, amigos, fútbol- no le habían proporcionado ninguna habilidad digna de mención.

El anciano mantuvo una larga entrevista con cada uno de ellos.  Cuando hubo terminado, sus hijos le preguntaron expectantes que quién era el mayordomo elegido.

– “Damián”, respondió sin titubear.

– “¿Cómo así?” preguntaron sus hijos. “Habíamos pensado que elegirías a Alejandro.  A todos nos ha parecido una persona extraordinaria”.

– “Y sin duda lo es”, contestó el anciano.  “Pero Damián me hace sentir como una persona extraordinaria”.

San Fermín – Un relato de Mª Luisa Illobre

San Fermín – Un relato de Mª Luisa Illobre

Muchas gracias a Mª Luisa Illobre por su personal reflexión sobre los sanfermines. Aunque este año ya han pasado, su relato nos parece igualmente relevante y sustancioso.

Por fin ha llegado San Fermín. Para la mayoría de jóvenes y talluditos de Pamplona ha llegado el santo más esperado del año. En mi caso no comprendo por qué San Fermín, que entiendo que sería considerado con una bondad infinita, tiene que ser patrón de estos festejos. Seguro que desde su altarcito en la calle Estafeta contempla admirado la cantidad de corredores que pasan disparados entre los toros bravos con las consiguientes caídas, resbalones, empujones y demás que pasan bajo su pequeña imagen.

No todos los corredores van en perfectas condiciones de carrera. La mayoría acuden después de haber ingerido la noche anterior todo el líquido que su estómago puede soportar. Algún banco de la plaza habrá sido su cama hasta la hora que sonará el petardo anunciando que aparecerán los toros desde los corrales donde están encerrados.  Entonces ya se armará la locura total, pues la manada compuesta de toros bravos, cabestros y multitud de corredores se pondrá en marcha en una  avalancha de animales y personas , corriendo a toda la velocidad posible por una superficie que en condiciones normales está resbaladiza.

La manada en su carrera, al estar rodeada de aquel tumulto, tanto por delante como detrás lanza derrotes a todo lo que encuentra que, igual son personas como talanqueras, dejando un rastro de chavales con seguramente pequeños puntazos que les impidan seguir corriendo (esto en el mejor de los casos).

La llegada a la entrada de la plaza de toros suele ser aún más traumática, pues no permite su paso a todo el tropel, formándose un enorme montón intentando entrar, lo cual es prácticamente imposible porque la puerta es de tamaño reducido y no da más de sí.

Ya dentro, a los animales no se les ha terminado el sufrimiento, pues siguen las carreras, revolcones y hasta hay valientes que se atreven a dar algún pase con las consecuencias sabidas (desgraciadamente). Se olvidan de que son TOROS BRAVOS y están criados precisamente para ser así.

Como puede apreciarse soy anti-taurina. No soporto hacer sufrir a los animales, sean de cualquier raza.

Espero que estas fiestas de San Fermín terminen bien para todos. Que quede un buen recuerdo tanto en lo taurino como en otras situaciones (que también se dan).

El loco. Relato de Charlie Levi Leroy

El loco. Relato de Charlie Levi Leroy

Le damos las gracias a Charlie Levi Leroy por este relato tan intenso e intrigante. 

RECUERDO AQUEL DÍA COMO SI FUERA SIEMPRE. ME estaba cambiando la piel justo en el momento en que la alegría abandonaba la casa con un pequeño bolso de mano y la tristeza aprovechando el abrir y cerrar de puertas se metía dentro de la casa con una gran maleta y se instalaba en el cuarto de invitados… y ella me miraba. Yo funambulista de tres al cuarto hacía equilibrio en las cornisas de mi alma para no caer en los brazos del misterioso mar que me arrastraría hasta el azul eterno, a mí, que he vIvido siempre embadurnado de los grises que provocan el miedo y el dolor de sentirse reemplazable mientras a mi alrededor la música me proponía la misma melodía, antigua, sabia… y ella me miraba. Mis bolsillos hacia afuera mostrando el vacío del sólo me tengo a mí cuando era normal tener tantas cosas entre ellas tú y tú a mí y los dos todo, cuando vivía convencido que el amor era algo grande e inacabable y apenas un tímido movimiento, un pequeño paso y salí fuera y no hay puertas ni ventanas para volver porque nunca se vuelve a nada ni a nadie aunque yo insistía caminando días y sentimientos hacia atrás… y ella me miraba. Trepaba a los árboles, a las ramas más altas y desde allí miraba el horizonte, siempre el mismo, siempre acabando para continuar siendo aquel otro horizonte del lado donde habita el que no soy. Abría las alas y le confesaba a los cuatro vientos que tenía los pies enterrados en el miedo y que aunque lo intentaba no volaba, sólo imaginaba lo que sería volar y me gustaba pasar las horas con los ojos cerrados y el corazón abierto y llorar por lo que nunca tuve, porque no tengo más deseos, porque ella me mira y no me comprende… y ella me miraba. Yo creía que si me abría el pecho allí dentro estaba el sol, aquél que hacía que los ojos se entrecerraran ocultando la fugacidad de la pasión. Lo abrí y estaba lleno de todo lo innecesario, desde olvidos hasta risas que ya no sonaban igual y miradas de ternura y rencor, cartas, promesas y más allá el vacío… y ella me miraba. Y decidió no mirarme más y me miró y me dijo que había cierta locura en mí que no soportaba y vi en sus ojos la huida y supe que era verdad, tanta realidad me había vuelto loco pero me sentí feliz porque en algún cajón de no recuerdo dónde la encontré, allí, pequeña y necesaria…, la metáfora.

Helicópteros. Relato de Mª Luisa Illobre

Helicópteros. Relato de Mª Luisa Illobre

Muchas gracias a Mª Luisa Illobre por un nuevo y encantador relato.

Se trata de un pequeño aeropuerto para helicópteros, situado a escasa distancia de varios barracones donde se impartían clases para su conducción. Allí convivían dos muchachos ingleses y uno más, japonés, que no lograba integrarse en el grupo en gran parte debido a su idioma. Era un equipo de retén ante el peligro de que se produjera un incendio en aquellos parajes.

Aquella noche de Julio hacía un calor asfixiante, siendo el japonés el encargado del turno de noche, cuando notó algo extraño en el exterior. Era como un rumor raro, algo como un griterío lejano, pero no se notaba ningún resplandor que indicara fuego.  Después de dar un pequeño paseo alrededor volvió al interior del barracón y siguió oyendo su programa de radio. No pudo  concentrarse en él, ya que en el exterior se notaba algo anormal.

Despertó a sus compañeros que apreciaron también lo que el japonés les contaba. De improviso apareció en el cielo una enorme bola con una iluminación que cegaba su vista, posándose a muy pocos metros de los muchachos. No podían creer aquello, estaban espantados. ¿No sería un sueño?

La iluminación cegadora fue bajando hasta que se divisó un enorme portón por el que comenzaron a aparecer en fila unos seres rarísimos. Tenían un atuendo sorprendente y su estatura era de un tamaño mínimo. Al final de la pequeña fila apareció un ser que aparentemente se trataba de una persona humana que se dirigió a ellos en perfecto inglés. Les informó de que venían en son de paz desde el planeta Marte y estaban allí con la misión de ayudar a los habitantes de la Tierra, ya que estaban próximos a padecer graves inundaciones, terremotos y fuegos enormes, como el que estaba a punto de llegar y que el chico japonés había estado a punto de apreciar.

El griterío que habían percibido era producido por todos los animales que detectaban el fuego antes que las personas y trataban de huir de allí, haciendo un tremendo ruido.

Los tres muchachos estaban extasiados. No podían creer lo que les estaba ocurriendo. Fue entonces cuando apreciaron que el fuego era inmenso. El bosque se había puesto a arder en su totalidad. Hablaron con aquella persona rogándole que les ayudara a apagarlo, pero al no recibir contestación vieron que se había cerrado la enorme puerta del OVNI y sus tripulantes habían desaparecido.

Desolados penetraron en el barracón. Ellos no podían controlar el fuego. De repente el chico japonés recibió un fuerte golpe en la espalda. Eran sus compañeros que trataban de despertarlo.  Estaba dando unas voces horribles y prácticamente le tiraron de la silla donde estaba sentado. Había sufrido una pesadilla tremenda y la noche de Julio seguía siendo espectacular. La luna continuaba iluminando el bosque y reinaba una tranquilidad absoluta.

Todo contribuyó a que los compañeros comenzaran una gran amistad que duró toda su vida.