Le damos las gracias a Ana Simal por un nuevo relato, original, divertido ¡y con moraleja!
Bernardino era un chico muy feo. Tenía orejas de soplillo. ¡Y los ojos! Bernardino más que bizco tenía los ojos autónomos como los cuernos de los caracoles. Los dientes le salieron torcidos y en dos filas.
La madre le llevó al dentista a instancias de su cuñada, pues en el pueblo no había costumbre de ortodoncias; es más, no sabían ni lo que significaba esa palabra.
El dentista se quedó sin habla cuando le dijo: -Chico, abre la boca-
Al final reaccionó: -Mire señora, yo no veo más solución que sacarle toda la dentadura y ponérsela postiza-
Ella se negó. Si están todos los dientes sanos, y le sirven para comer que es para lo que son, y… ¡no vea cómo come..!
A cambio, era muy buen chico, listo y estudioso.
Y Bernardino estaba enamorado de su vecina, la Jacinta, una moza recia.
Él se emocionaba cuando la veía por las tardes llegar del campo, pisando fuerte y contoneando sus caderas. En cambio la Jacinta no sabía casi ni leer. Se sentaban en un poyete de piedra a la puerta de casa y, Bernardino le contaba muchas cosas de historia, geografía, ciencias, etc.
Ella le escuchaba embobada : – ¡Cuánto sabes y qué listo eres, Bernardino!
– No , Jacinta, no soy listo, es que estudio mucho.
Y así iban pasando los días y los años y, Bernardino cada vez más enamorado, se decidió y le pidió a la Jacinta que se casara con él.
Ella le miró a la cara y le dijo que no, que era su amigo y vale.
Él empezó a ponerse pesado y a pedírselo muchas veces. Y ella que no, que no, que no.
Un día ya desesperado le dijo: -Pero bueno, Jacinta, ¿cuándo me vas a decir que sí?
– Mira hijo, cuando las ranas críen pelo. (dijo esta frase por no decirle: nunca)
Él no volvió a insistir.
Se fue a estudiar a la capital y nunca más se vieron.
Un día, al cabo de los años, se corrió la voz en el pueblo: “que esta noche sale Bernardino en la 2 en un programa científico.”
Se juntaron todos en el bar de la plaza. Lo primero porque tenían un televisor muy grande y también para compartir la emoción.
El presentador estaba nervioso. Habló de él como de un genio, de que quizás le dieran el premio Nobel.
No hemos conseguido que nos dijera cuál era su descubrimiento, solo que iba a revolucionar la ciencia, pero que lo mostraría delante de las cámaras para que lo viera todo el mundo y no hubiera equívocos.
Y entró Bernardino con una caja debajo del brazo, con expresión triunfal.
Las primeras palabras fueron estas: – Jacinta, sé que me estarás viendo y ahora te pido, ¿quieres casarte conmigo?
Abrió la caja y dentro había una rana.
– Les presento a Rafaela.
La rana tenía una melena rubia y preciosa como la de la Carrá. Y hacía el mismo gesto que ella, se la echaba hacia delante y luego con un golpe seco hacia atrás. “Explota explótame explo” le cantaba Bernardino y, ella ¡Zas!, duro y dale a la melena hacia delante y hacia atrás.
Al locutor tuvieron que ingresarle pues no reaccionaba a los estímulos.
Y a Jacinta también le dio un medio infarto y estuvo unos días en el hospital.
Afortunadamente, los dos salieron sin que les quedaran secuelas de ningún tipo.
Ella lo único que le pudo decir fue: – Estoy casada y tengo tres hijos, Bernardino. ¿No te das cuenta que han pasado muchos años sin saber nada de ti?
– Los experimentos genéticos son muy largos y costosos, no se hacen de un día para otro,- dijo él a modo de disculpa. En fin te dejo de regalo a Rafaela. – Y se fue.
Ella la llevó al laboratorio de la universidad. Realmente no sabía como criarla, como alimentarla, ¿comería moscas o habría que darle espaguetis? Les sugirió que podían clonarla como a la oveja Dolly y tendría un valor incalculable.
Moraleja: Cuidado, chicas, con lo que le pedís a un enamorado, son capaces de todo…