
Muchas gracias a Mª Luisa Illobre por compartir con los lectores otra de sus originales historias.
Ernesto Muñoz vivía pendiente de su colección de sellos ya que tenía de todos los países antiguos y recientes y de los sitios que podía recolectar los domingos por la mañana en la Plaza Mayor. Esta era su misión desde hacía años.
Llevaba casado más de veinte años con una esposa que estaba harta de la dichosa colección. Si Ernesto era una persona aburridísima, ella era todo lo contrario, y él nunca se oponía a sus salidas con amigas, amigos y un grupo de personas a las que les gustaba disfrutar de la vida. Hacían excursiones, visitaban museos, y todo ello de la manera más formal. El nunca se oponía. Se quedaba anclado en su silla organizando la colección hasta que su esposa volvía contando lo bien que lo habían pasado y lo buena que estaba la comida en tal o cual mesón. Pero Ernesto siempre la recibía con la misma coletilla: NUNCA OLVIDES QUE ESTE OJO TE OBSERVA. Y señalaba con el dedo su ojo derecho que por cierto era de un azul precioso.
Sucedió que un domingo cuando volvió la esposa encontró a su marido inmóvil al lado de sus sellos. Había fallecido hacía horas, según informaron los sanitarios que acudieron rápidamente. Ella lloró desconsolada pensando que si hubiera estado, su muerte no hubiera sido tan dramática.
Se organizó su entierro al cual acudieron muchas plañideras con gran sentimiento, entre ellos su grupo de amistades. Cuando llevaban rezados un par de rosarios una amiga pidió dar un beso al muerto. Entró en la sala y salió espantada. Ernesto tenía un ojo completamente abierto. Se lo dijo a su mujer que entró rápidamente y observó que un ojo azul las observaba y procedió a cerrarlo. Varios de los asistentes al duelo pidieron entrar en la sala. No podían explicar el caso. Tan pronto entraba su mujer, el ojo azul seguía observándoles, lo que les producía un enorme desasosiego.
Pasaron un par de meses y mientras la viuda y sus amigos veían correr las fuentes de La Granja, se acercó a ella una persona que le entregó una pequeña cajita. Dentro había un enorme ojo azul de cristal. Cuando quiso hablar con esta persona había desaparecido.
Nunca, después de veinte años había sabido que su marido tenía un ojo de cristal O ES QUE NO LO HABIA APRECIADO.