
Uno de los días que parece que todo sale mal, y no se debe culpar al tiempo, que es lo que normalmente se hace sin ningún motivo.
Enrique a las 8,30 se dispuso a ir a la oficina que era su habitual trabajo. El ascensor no acudía ya que tenía la puerta abierta en el piso 11. Esperó unos minutos y al final tuvo que bajar por la escalera desde el octavo. En la calle pensó que a la vuelta a casa la cuestión se hubiera normalizado. Cuando llegó a su despacho encontró a su secretario hecho una furia. Había sido llamado por el Jefe por una equivocación del día anterior, ya que por un cambio de cantidad en unos reembolsos, el propietario había hecho una reclamación no de muy buenas maneras. Su secretario se disculpó diciendo que no era su culpa, sino de la de Enrique.
En el despacho de su superior, al que acudió Enrique, trató de quitar hierro al asunto pero recibió una buena reprimenda.
La mañana transcurrió con la normalidad habitual, plena de llamadas con las consiguientes citas incumplidas y varios asuntos sin resolver.
En la hora del almuerzo, él no salió al bar. Prefería estar en el despacho y pedir una ensalada. En breves minutos le llegó la misma. Estaba aderezada con vinagre y tenía un olor desagradable. La desechó, pues bastante ardor estomacal tenía como para ingerir aquello.
Revolvió en la carpeta del día anterior encontrando varios asuntos sin resolver cuando sonó el teléfono. Era su mujer con el encargo de que recogiera del colegio al niño. Ella en su estado no debía subir ocho pisos a la vuelta. Tomó su chaqueta y salió disparado. En la calle su coche tenía una multa. Estaba aparcado quince centímetros sobre la señal de “carga y descarga”. Ante sus protestas, el guardia le dijo que SON LAS NORMAS, CABALLERO.
Llegó al colegio fuera de hora. Ante la tardanza, el niño se había hecho pis y allí no había ropa para cambiarle, por lo que salió rápidamente a casa donde le esperaba su mujer con otra reprimenda. “¡Vaya horas y el niño llorando mojado! Creo que los padres no valen ni para recoger a su hijo del colegio”.
Decididamente. Este no era su día. Se encerró en el comedor y pensó en que debía existir un mal de ojo y hoy le había tocado a él, pero si era una buena persona… Todavía oía a través de la pared los improperios de su mujer y el niño llorando, por lo que conectó la TV con el partido de futbol diario y tumbado en el sofá se fue durmiendo plácidamente.
MAÑANA SERA OTRO DIA (y quizá funcionará el ascensor).