Nunca estaré suficientemente agradecida a la oportunidad que se nos brindó desde el Centro (y gracias a las gestiones de nuestra profesora) de seguir practicando la pintura desde nuestros domicilios. Era un estimulo permanente, vivir el día a día enclaustrados pero pintando, siempre pintando porque había que presentar los trabajos un día a la semana mediante videoconferencia.
Creo firmemente que esta gratificante actividad me salvó de volverme «un poco loca» o simplemente de caer en una depresión o estado de tristeza que provocaba el mero hecho de mirar por las ventanas y ver las calles vacías, alejados de nuestros familiares y amigos… La pintura nos salvó en esos momentos, la concentración que supone pintar hace volar el tiempo, y la satisfacción del trabajo más o menos bien realizado, pero siempre gratificante, nos hizo elevar la autoestima y superar esos aciagos días, confiando siempre en una pronta vuelta a la normalidad y por tanto a las clases presenciales