
Le damos las gracias a Mª Luisa Illobre por compartir este cuento cuya lectura nos captura desde la primera línea.
En uno de los pequeños pueblos de Santander figuraba un enorme cartel: GRAN LABERINTO.
La cosa pintaba bien y durante sus vacaciones, la familia Serrano decidieron pasar a visitarlo. Se trataba de un gran espacio dividido en muchos senderos todos ellos rodeados de un enorme seto, con gran cantidad de indicaciones en las que se indicaba la forma de caminar para no perderse dentro. Pero la noche anterior algún gamberro se había dedicado a cambiar estas indicaciones y con esta gracia poder eliminar parte de la bebida que llevaba dentro.
La familia, con el fin de satisfacer los deseos de sus niños, niño y niña, compraron la entrada y penetraron allí. La madre no estaba conforme con la excursión y ante sus consejos de no alejarse de ellos comenzaron a caminar.
De momento no encontraron a nadie, pero los niños avanzaban más que los padres y poco a poco se fueron alejando unos de otros. El camino era excitante, salían de un recodo y se encontraban con una gran recta que terminaba en una glorieta que según el cartel conducía a otra glorieta mucho mayor, pero no tenía salida, aunque en el indicador decía claramente SALIDA. La madre se fue poniendo nerviosa, había perdido a su marido y no sabía nada de los niños.
Fueron apareciendo unas nubecillas amenazadoras. La señora Serrano tuvo la idea de llamar a su familia a grandes voces, pero el silencio era absoluto. En una de las mil vueltas, el niño encontró un pequeño perro, pero se dio cuenta que en un bulto de trapos y cartones se oía una respiración, lo retiró y en su interior estaba acurrucado un viejito de larga barba blanca. El susto fue enorme. No obstante, al preguntarle que por donde se salía, solo pudo balbucear un ruido incomprensible. Salió disparado sin saber qué dirección tomar, pero cada cartel decía siempre lo contrario.
Se acordó de su hermanita ¿dónde estaría? Empezó a gritar llamando a la niña. Silencio. En su carrera le pareció oír algo parecido a una música, pero era muy lejano. En otro de los recodos se encontraba un ser estrafalario que acercaba su mano pidiendo limosna. Salió de allí inmediatamente. El cielo se iba oscureciendo poco a poco y una lluvia finísima le caía en los ojos. De repente y en silencio apareció un grupo de personas. Trató de comunicarse con ellos, pero eran extranjeros. No sabía que idioma hablaban.
Continuó con su loca carrera sin saber adonde se dirigía, llamando a voces a la niña. Al dar la vuelta, en un rincón sollozando encontró a su hermana. Estaba empapada y tiritaba de frío y de miedo.
Se tomaron de la mano y empezaron a correr sin saber en qué dirección. Gritaban llamando a sus padres. A lo lejos divisaron una luz roja, pero estaba lejos. Corrieron hacia ella y resultó ser el luminoso de la entrada al laberinto. Allí estaba el padre con el dueño del laberinto. Se atacaban con furia. El padre no podía contener el susto que habían pasado durante toda la tarde. PERO SUS HIJOS ESTABAN A SALVO.
A la media hora apareció la madre. Estaba también hecha un basilisco. Lo primero fue darle al dueño del laberinto dos sonoras patadas en la espinilla. Siguió llamándole todos los insultos que se le vinieron a la boca. Y por último se puso a sollozar a moco tendido. Tenía los zapatos destrozados y también venía empapada de la lluvia.
Fue una tarde de vacaciones inolvidable. No volverían a ninguna excursión sin datos previos de qué se trataba.