El perro comía en los cafés más concurridos y asistía al teatro, a la ópera, al hipódromo y a los toros, haciéndose cada vez más popular hasta convertirse en la mascota de Madrid. En las pastelerías se hacían figuras de azúcar con su imagen, salía en la prensa más que cualquier político o cantante, aparecía en las crónicas taurinas y se le dedicaron canciones y coplillas, algunas de ellas archivadas en la Biblioteca Nacional.
Lo que más le gustaba a Paco eran los toros y tenía dos toreros favoritos, Frascuelo y Lagartijo, y los días de corrida les esperaba en la calle y les acompañaba en la calesa a la plaza de toros, donde presenciaba las corridas.
Un día de mayo de 1882 toreaba un novillero principiante que lo hacia tan mal que toda la plaza le abucheaba tanto que nuestro perro saltó a la arena y se puso a ladrar al novillero, con el regocijo del público. El novillero con el enfado que tenía le clavó el estoque, lo que ocasionó la muerte del perro pocos días después. Al novillero le salvó la fuerza pública de un linchamiento.
A Paco se le describía como “negro por el lomo y blanco por el pecho, de estatura mediana”. Podía ser como el perro del autor de esta historia, cuya foto se adjunta.
