
Cibeles y Saturno concibieron a Neptuno, un niño inquieto, conflictivo y alocado. Tramó una conspiración contra su hermano Júpiter, quien al enterarse le desterró del Olimpo relegándole a simple mortal.
En aquel tiempo Laomedon, que estaba construyendo las murallas de Troya, le pidió a Neptuno ayuda para continuar la obra, y aceptó pues al ser un mortal corriente tenía que trabajar. De ese modo se hizo albañil y se dedicó a hacer muros que sujetaran el furor de las olas. Tuvo que soportar todo tipo de vejaciones hasta que pudo reconciliarse con su hermano, quien le entregó el reino del Mar y sus poderes de Dios.
Un día conoció a la joven Anfitrite, hija de Océano, que era de una extraordinaria belleza. Neptuno pidió su mano y el padre de la ninfa aceptó gustoso. Pero ella al conocerle lo rechazó. Abatido, no insistió más y se retiró a su reino, y cuando estaba cavilando sobre su infortunado destino, un delfín vino a su encuentro. El sabio animal entendió su pesar y quiso ayudarle. Habló en su favor a la ninfa y la elocuencia del delfín consiguió convencerla y se casó con Neptuno.
En la plaza de Cánovas del Castillo sobre un pedestal de 4 metros está la estatua de Neptuno sobre su carro tirado por caballos marinos. Es una de las fuentes mandadas construir por Carlos III para adornar el Salón del Prado. La obra la diseñó Ventura Rodríguez y la estatua la empezó Juan Pascual de Mena y a su muerte la terminó su alumno José Arias en 1786.
