
En realidad lo era. Tenía un gran corazón, un carácter alegre y su mayor ilusión era tratar con personas más o menos de su edad. Había también organizado una reunión los lunes con personas mayores y en aquella pedanía asturiana era muy querido. Estaba acompañado por el Párroco titular que no acababa de comprender que Jacinto dispusiera de una vieja moto en la que se desplazaba a su coro de gregoriano unos kilómetros más lejos, y una vez acabado el coro, continuaba otro canto con la gente joven y de música actual que era del agrado de la juventud. Normalmente a su vuelta, el viejo párroco solía recriminárselo.
Al volver de su coro una de las tardes tomó la moto para hacer el camino hasta su iglesia sin notar que un kilómetro adelante, alguna mala persona había atado una cuerda a cada lado del camino. Aunque llevaba poca velocidad, la cuerda le hizo caer de la moto, y saliendo disparado recibió un enorme golpe en la cabeza que le hizo quedar sin sentido cuando la oscuridad ya era absoluta.
En la iglesia le esperaba Don Pascual para la misa de ocho que debía celebrarla Jacinto. Ante su tardanza fue él quien la impartió, pero pasaba el tiempo y Jacinto no regresaba. Llamó al sacristán y decidieron llamar al pueblo de al lado. Allí les dijeron que hacía tiempo que había partido. Inmediatamente fue la Guardia Civil, que se puso en marcha. Llegaron al lugar del accidente y muy cerca de la moto estaba el cura en medio de un enorme charco de sangre. Fueron los facultativos del Samur los encargados de acudir allí inmediatamente.
Trasladado al hospital comprobaron que tenía una herida muy profunda y entretanto había pasado más de una hora sin que el enfermo recobrara el conocimiento.
Pasaron dos días más sin que el paciente reaccionara. Después de infinidad de pruebas se comprobó que el golpe le había afectado a una parte muy importante del cerebro.
Don Pascual le visitaba todos los días, así como infinidad de jóvenes amigos que estaban desolados. Nunca la faltaba un ramo de flores en su habitación. Pero el enfermo seguía inconsciente. Uno de los días en que el párroco estaba a su lado le pareció que el cura movía un dedo de la mano e intentaba hablar. Salió disparado en busca del médico que pudo comprobar que el enfermo reaccionaba. Efectivamente, se estaba recuperando y después de seis meses en el hospital pudieron darle un alta relativa. Se había quedado paralítico desde la cintura, pero él daba gracias a Dios por poder seguir disfrutando de su garganta y el gran cariño de sus amigos. Una furgoneta de ellos le llevaba todos los días al pueblo de al lado donde podía seguir con sus cantos gregorianos y al finalizar, con la música alegre y moderna que encantaba a la juventud.
Las misas se quedaron para Don Pascual, ya que él en su silla no podía subir hasta el altar, pero nunca dejó su afición por el canto ni el buen humor y la camaradería con todos sus chicos.
Después de seis meses se pudo publicar un magnífico disco en gregoriano interpretado por varias personas, cuyo director era Don Jacinto.