
Le damos las gracias a Ana Simal por este nuevo cuento, que nos ha gustado mucho y que recomendamos leer.
No sé dónde estoy…
Me estoy despertando poco a poco…
He debido de dormir mucho pues no puedo abrir los ojos…
Estoy en una cama…
No es la mía…
Está muy dura y huele a ¡hospital!
Oigo a mi madre llorar: – doctor, ¿no dijo que la gravedad había pasado? –
El médico le explica con mucha paciencia que de un coma se recupera uno lentamente.
Aunque no puedo abrir los ojos, oigo perfectamente lo que hablan a mi alrededor.
Intento poner mis pensamientos en orden y recordar lo que me ha pasado y qué pinto yo en un hospital.
De repente, me viene todo a la memoria.
Yo salía con mi moto para ir al trabajo, había llovido un poco e iba con mucha precaución. Al parar en un semáforo vi por el retrovisor un coche que venía lanzado. No pude hacer nada. Noté una profunda embestida que me lanzó por los aires y, después caí de cabeza y nada, ni siquiera sentía dolor.
Oí como en sueños que me metían en una ambulancia y luego me fui…
No sé el tiempo que llevo así, ya me lo contarán cuando despierte del todo y pueda abrir los ojos.
Un día se sentó en mi cama un niño. Me sonreía.
– ¿Eres un ángel? – le pregunté.
– Puede – me contestó.
– ¿Me estoy muriendo?
– No
– ¿Pero estoy ya muerto?
– ¡No, no! Pídeme un deseo y si puedo te lo concedo.
Esa frase me puso triste. A los condenados a muerte también se la dicen.
– Soy un enamorado de la pintura de Van Gogh. Siempre he deseado ir a Amsterdam a ver el museo con toda su obra.
– Sí que puedo. – dijo después de pensárselo un poco.
Me cogió de la mano y nos fuimos . ¿Volando? Yo que sé , pero enseguida llegamos a Holanda. Era maravilloso pues no fuimos solo al museo, me llevaba a los sitios de los cuadros que más me gustaban .
Estuve en su habitación sentado en su silla, con los comedores de patatas, en la iglesia de Amiens, etcétera, etcétera.
Nos encontramos con una holandesita con sus zuecos y su gorro de punta. Llevaba un cesto lleno de tulipanes. Me sonrío y me dio un ramo.
De repente me volví a encontrar en la cama y el niño se había ido. Fue una experiencia maravillosa. Después de recordar todo esto me dije: “voy a abrir los ojos, que creo que ahora ya sí puedo”.
Pero justo antes de abrirlos oí al doctor que decía muy enfadado: – ¿Quién se ha saltado mi prohibición y le ha traído flores al enfermo?
– Nadie, nadie ha entrado aquí con flores, doctor.
– Y esos tulipanes que hay en la mesilla de noche, ¿qué son?
En ese momento abrí los ojos.