Los Mayores Cuentan

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Relojero. Un relato de Mª Luisa Illobre

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Le damos las gracias a Mª Luisa Illobre por un original y entretenido relato.  ¡Nunca nos defraudas, Mª Luisa!

Un día más Anselmo Ruiz tomó su mochila en la que previamente había introducido un bocadillo y una botella de agua, encaminándose a la estación de METRO. El día se presentaba desapacible, cubierto de oscuras nubes y la lluvia no dejaba de caer. Después de media hora de viaje llegó a lo que durante veinte años había sido su lugar trabajo.

Se trataba de un pequeñísimo chiscón, en parte ocupado por la escalera que accedía al primer piso, cubierto por un pequeño cierre metálico y donde se dedicaba a toda clase de arreglos de relojería. Parte de sus amistades criticaban que después de tantos años debía de haber tratado de encontrar una forma mejor de llevar a cabo su trabajo. Pero él se encontraba bien ya que su padre se dedicó a lo mismo y precisamente en aquel lugar.

Estaba ocupado en reparar un viejo reloj de pared, cuando se presentó un anciano, bien vestido y después de saludar con acento extranjero, el relojero le preguntó el motivo de su visita ya que le parecía extraño su aspecto en aquel humilde barrio.

El anciano buscó en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo una cajita que contenía un precioso reloj de oro adornado por innumerables piedras preciosas que Anselmo pensó serían de gran valor. Ante su vista, Anselmo se quedó extasiado. Recordaba haber oído a su padre que antiguamente existieron solamente tres relojes con piedras preciosas similares cuyo propietario era un jeque árabe y que fueron robados de su harén en aquel tiempo. Después de interrogar a las concubinas que en él habitaban, fueron sometidas a enormes castigos, ya que alguna debía de ser la que hubiera cometido el robo. Pero nunca se supo quien lo hizo, y fueron expulsadas de allí. El relojero pensó que la historia del reloj de piedras preciosas perdido sería una invención de su padre y pronto la olvidó.

Pero al ver el reloj que le mostraba el anciano extranjero, pensó que éste podía ser el valioso reloj perdido. El anciano le preguntó si se lo podía dejar para que lo guardase, y quedó a su lado esperando una respuesta. Después de una pausa, el relojero le dijo que su trabajo era reparar averías en los relojes y que no podía guardar aquella joya de tanto valor, ya que por los alrededores se habían cometido ya varios robos.

Se despidieron amablemente y después de que el anciano diera varios pasos por la calle, Anselmo escuchó dos o tres descargas de pistola. Salió al exterior y en medio de la calzada se hallaba el anciano cubierto de sangre. Había sido abatido por un individuo que salió disparado. Ante los gritos del relojero se presentaron los servicios sanitarios que, en una ambulancia se llevaron al anciano gravemente herido.

Él volvió a su trabajo, ya que aquel viejo reloj de pared tenía una avería importante y su pulso se había alterado bastante. Pensó en el anciano, que seguramente ya no viviría. A su vuelta llamó al hospital donde fue llevado, pues su conciencia le llevaba a que él no le prestó demasiada atención cuando le visitó en su trabajo.

Una enfermera le informó de que acababa de fallecer, pero había dejado una cajita por si un relojero pasaba por ­­allí. Le fue entregada la caja en cuyo interior se hallaba un precioso reloj antiquísimo rodeado de piedras falsas, pero que él siempre guardó con un gran recuerdo hacia al anciano extranjero.