
Gracias a Julián del Río por contarnos travesuras tan jugosas de su infancia.
También teníamos tiempo para hacer alguna travesura y otros entretenimientos, como el ir a bañarnos al río, lo que hacíamos en pelotas, por entonces, al menos por allí no se usaba bañador, y de vez en cuando algún gracioso nos hacía rabiar escondiéndonos la ropa, pero no pasaba de ahí la cosa.
En invierno como nevaba bastante y las heladas eran tremendas, patinábamos en la plaza o en un río con menos caudal, solo que aquí alguna vez el hielo se rompía y nos dábamos un chapuzón y en casa nos caía una reprimenda. Aparte, me castigaban con tener que ir a por el agua a la fuente toda la semana yo, en vez de turnarme con mis hermanas.
Dando una vuelta por el pueblo, vimos un peral con los perucos para comer, y quedamos para ir por la noche, así lo hicimos, pero al día siguiente casi todos no pudimos ir a la escuela a causa de la diarrea que nos habían producido los perucos, les habían curado hacía poco y no nos percatamos de ello.
Pero la travesura más sonada fue cuando pusieron unas farolas en las calles, y a alguien se le ocurrió decir que a ver quien tenía mejor tino con el tirachinas para dar a las bombillas. Algunos no estábamos de acuerdo y no tiramos, pero sí que acompañamos a los que tiraban. Nos pillaron y nos citaron el domingo siguiente para subir cada uno con su padre al ayuntamiento, donde a los que habían tirado les pusieron 25 pesetas de multa y a los que no tiramos 5 pesetas, y por supuesto estuvimos una buena temporada sin salir por las tardes.